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Leymebamba, una aventura sin igual

Día 55: Leyme, la linda del norte ...

Llego a Leymebamba poco antes del mediodía a reunirme en la ONG en la que trabaja mí Couch Raydith. Ray me cuenta sobre la importancia de la ONG en el aporte para la comunidad y el medio ambiente y la ayuda que reciben desde un zoológico en Holanda. Para el mediodía vamos a almorzar y agradable menú y es allí dónde conocemos a Nadia, una simpática chica de Lima que está viajando sola y que se nos presenta para entablar amistad. El día está que llueve, que para y así sucesivamente, así que le contamos a Nadia que el plan es ir a visitar el museo de Leymebamba al cual llegamos por caminata, luego unas escalinatas y de allí saliendo a la carretera. El museo es precioso ($15 soles) y tiene una amplia colección de instrumentos musicales, vasijas y más de 100 momias encontradas en inmediaciones de la Laguna del Cóndor.

 

El primer día termina con una merienda casi cena y acordando que iríamos con Nadia el día siguiente a visitar las ruinas de La Congona, lo que no sabríamos hasta ese día, sería el increíble desenlace que desencadenaria la movilización de toda una comunidad ...

Momias halladas en la Laguna de los Cóndores 

Día 56: El día que desaparecimos ...

Nos reunimos temprano en la mañana Ray, Nadia y yo en el punto de partida para la guiada. El guía nos sugiere que vayamos donde su esposa que nos dará las botas (ya que el día anterior llovió en todo momento y hoy está lleno de barro). Al llegar nos encontramos con la sorpresa de que los demás turistas van a caballo y la señora nos dice que si vamos a pie tenemos que seguir el ritmo de los caballos ($50 soles por caballo) y como nosotras no queremos andar al ritmo del caballo decidimos tomar un taxi hacia dónde comienza el sendero de La Congona. Durante el trayecto el conductor nos habla de las ruinas de El Molinete y Cataneo, nos cuenta que están muy cerca una de la otra y que después desde allí es fácil llegar a La Congona, ya que es todo bajada y luego más cerca para bajar a Leymebamba. Nos dice que durante el camino hay varias chacras y que podemos preguntar a la gente. Suena bastante bien y fácil, así que decidimos que en lugar de ir directamente a La Congona, comenzaremos inicialmente por las primeras dos. Durante el trayecto (siempre por si acaso) preguntamos a cuánta persona encontramos si estamos yendo en buena dirección hacia El Molinete. Llegar parece fácil al principio pero cuando nos introducimos en la selva la historia cambia. Está lleno de barro y senderos. Por lógica le digo a Nadia que tiene más sentido ir por dónde más erosionado está el camino. Es así que llegamos a los primeros vestigios. Es increíble cómo la naturaleza hizo a aquellas contrucciones hechas por el hombre en algo suyo.  Recorremos un poco más hacia adentro y en una nada fácil pendiente encontramos otras ruinas que deducimos son las de Cataneo. Cómo si fuera a propósito encontramos unas cañas que usamos a modo de bastones. Está resbaloso y al menos en dos ocasiones caigo haciendo culo-patin. De regreso procuramos retornar por los senderos en el que regresamos y finalmente salimos hacia el verdoso y soleado valle. Más adelante nos encontramos con dos senderos que no nos suenan de nada así que, retrocedemos, exploramos otro alterno y como no nos suena de nada volvemos al que habíamos hecho anteriormente. Tenemos dos alternativas, le digo a Nadia, ir por el camino que parece erosionado por vehículos o por el que parece transitado por el hombre. Sabíamos que teníamos que regresar al punto dónde el primer señor que conocimos nos señaló ( hacia la derecha se iba a El Molinete y Cataneo y el de la izquierda hacia La Congona), el caso es que cuando al fin decidimos que camino seguir conocemos a Víctor un señor al que le contamos que estamos yendo hacia La Congona y que nos responde que si tomamos el camino por el que habíamos decidido ir que estaríamos regresando a Leymebamba. Nos señala el cerro hacia el que debemos ir y que siguiéramos todo derecho. Retrocedemos tanto que llegamos a dos caminos: el de la derecha nos había llevado hacia El Molinete y lo que deducimos era Cataneo, así que por consiguiente el camino de la izquierda era la única alternativa. Nos encontramos con un sendero lleno de piedras, escalinatas, pisadas y bosta de caballo, por lo que deducimos que en cualquier momento encontraríamos al grupo de la mañana. Un buen rato después (ya serían más de las 14:00 hs) nos encontramos con una tranquera y desde el camino se podía ver qué dentro de la propiedad habían ruinas. Nos pusimos contentas porque suponíamos que ya habíamos llegado. Entramos a la propiedad y encontramos a una amable señora que nos dijo que aquellas ruinas se llamaban Putiquera. Nos señaló a lo lejos el cerro de La Congona y que siguiéramos por el mismo sendero cuesta abajo y que llegaríamos. Eso mismo hicimos. Por momentos me costaba asimilar que para llegar allí hubiese que bajar tanto, pero cuando lo hicimos finalmente comenzamos a ascender pasando por varios cerros hasta llegar al último. El último tramo fue de lo más inaccesibles ya que por momentos el camino parecía desdibujarse y la espesa vegetación lo hacía todo más difícil. Para cuándo visualizamos la ruinas en la cima del cerro serían más de las 16:00 hs. Resultaba desalentador rodear y rodear y nos encontrar el camino, hasta que finalmente encontramos una tranquera, la atravesamos, luego un valle y de allí un único sendero hasta encontrar otro más arriba cerca de una casita. Seguimos subiendo y sólo encontramos árboles. Recorrimos un poco más y finalmente hallamos las ruinas. Eran cerca de las 16:30 hs. Tomamos fotos, admiramos el paisaje y a pesar de que en mí mente tenía la imagen de unos diseños como de personitas (que había visto en un blog), nunca las encontré. Ya eran las 17:00 hs y llevábamos un total de casi 8 hs de caminata. Retomamos nuevamente nuestros pasos y en lugar de adentrarnos en el cañadon que nos condujo hacia allí, seguimos por un delgado desfiladero que nos llevaría a Leymebamba. Bajamos en todo momento con su cuidado. Veníamos el pueblo a lo lejos. Seguimos bajando hasta pasar una tranquera y luego la espesa vegetación. Habían huellas de personas y de un perro. También visualizamos un casa y como ya se estaba haciendo tarde acordamos en seguir hasta la casa para pedir aunque sea llamar a Ray para que supiera que estábamos bien y que si nos daban cobijo, pasaríamos allí la noche y retornaríamis al día siguiente, pero no fue así ...

Nadia from Lima en las ruinas de El Molinete

Ruinas de Cataneo

Cómo sobrevivir con una sopa de letras y una bolsa de plástico ...

Una vez terminado el descenso atravesamos la vegetación y poco después apareció una vaca, luego dos y otras tres. Se notaba que habían estado trabajando allí cortando la vegetación recientemente. Encontramos que aquel lugar era una especie de lugar de descanso del ganado. Luego visualizamos lo que parecía ser una casita, pero resultó que se trataba de  un cobertizo. En mí mente tenía la casita de techo de chapa así que caminamos un poco más y la hallamos. No había ninguna casa, lucía cómo una especie de gallinero o algo así, pero no había paredes, no había gente. Éramos sólo Nadia, las vacas y yo. No teníamos ni idea de cómo salir de allí y fue recién para las 18:00 hs cuando fue consciente de que estábamos literalmente jodidas. Intercambiamos opiniones sobre que hacer y acordamos que lo más certero sería pasar la noche allí. Comenzamos a indagar que había dentro del conbertizo. El inventario era algo así como: una mesita, una sillita, costales vacíos y tablas de madera. Afuera de ésta dos garfios, un pico y unos de esos cuchillos largos que no recuerdo cómo se llaman, para cortar la vegetación (machete). Hago un chiste sobre algo así de que éstamos en la casa de Jack el destripador y sólo por si acaso, metemos todos los elementos dentro del cobertizo. Hay pilas, combustible y demás elementos para hacer una fogata pero nos falta lo más importante: el fuego.

 

Hay un breve momento en el que la esperanza emerge y le muestro a Nadia que en lo alto del cerro hay una luz. Creo que es un auto, digo. Me parece que es una casa, dice Nadie, pero ambas estamos equivocadas. La luz cada vez más grande y brillante emerge rápidamente por encima del cerro. Es la luna. Así y todo sabemos que tenemos que pasar la noche. No estamos ni tristes, ni enojadas. De hecho tomamos la situación con bastante humor y Nadia bromea con que voy a tener que escribir en el blog.

 

Pasamos la noche hablando sobre mis anécdotas y sus anécdotas de viaje y sobre lavida misma. Usamos los costales para cubrir nuestras piernas y nos acostamos sobre las maderas espalda con espalda para combatir el frío. De cuando en cuando cambiamos de posiciones y encendemos la luz de la linterna, ya sea para ponernos a jugar a una sopa de letras que traía conmigo, en su momento para salir un momento y entablar amistad con una vaca con la que fantaseábamos meter al cobertizo para que nos diera calor, pero que sólo se limitó a lamernos, y cuando el frío se hacía insoportable y las horas infinitas, nos poníamos de pie a ejercitar. Tantas películas sobre personas perdidas en la intemperie nos ponían alerta sobre el frío, y la hipotermia. Parecía que el día nunca iba a llegar, pero finalmente, después de 12 hs de frío y oscuridad, para las 6:00 hs decidimos de seguir el sendero que nos había llevado hasta allí, lo que no imaginaríamos, era el hecho de que no volveríamos a encontrarlo ...

¿Y ahora quién podrá rescatarnos? ... Sin lugar a dudas, una compañera de lujo. Ph cortesía de Nadia Paz.

Y si no queda de otra ... La puerta está en algún lugar. Ph cortesía de Nadia Paz.

Día 57: Never give up!

Vaya a saber cómo llegamos a un lugar en el que sendero que tomáramos nos encontrábamos acorraladas. En mí imaginación estábamos en una especie de bosque encantado al cual era posible acceder pero imposible de escapar¿En qué momento apareció el nuevo alambrado? ¿Y esa pared de piedra? ...


La alternativa era subir en busca de señal para comunicarnos, así que después de retornar al punto de partida (con las vacas) decidimos comenzar a ascender el cerro de en frente. Puede que haya parecido una idea inútil teniendo en cuenta el barro y que era bastante que no encontráramos la cima, pero al descender lo vi claramente. Había una tranquera y un sendero que partía de ésta a pocos metros en subida detrás del cobertizo y pasando el alambrado. Una vez listas nos echamos cuerpo a tierra bajo el alambrado y estallamos de risa, no recuerdo bien porqué, pero todo nos parecía un motivo para reír (excepto el frío). Llegamos a la primer tranquera y luego a la segunda, y de allí en más el sendero en ascenso. A lo lejos una casa amarilla era nuestro punto de enfoque, teníamos que llegar allí. Subimos, bajamos, atravesamos la espesa vegetación y una y otra vez la casita amarilla estaba ahí guiándonos, cómo esperando por nosotras. Habrá pasado hora y media hasta que finalmente llegamos a otra tranquera. Ésta era diferente porque de hecho estábamos seguras que al atravesarla al otro lado encontraríamos la casa. Literalmente aquello fue hallanamiento de morada, pero cuándo estás necesitado de ayuda perdéis toda la vergüenza. La primera en pasar fui yo. Al principio creí que la casa no estaba pero caminé un poco más y la vi. Retrocedí hacia dónde estaba Nadia y la ayudé a acomodar la tranquera en su estado original. Volví sobre mis pasos, puede que algo más acelerada y lo escuché. La puerta de la casa estaba abierta y se oía a alguien silbando. Creo que se me empañaron los ojos de la emoción. Esperé a Nadia y le dije que había escuchado a alguien. Aplaudimos las manos y los perros de la casa se pusieron eufóricos ante nuestra presencia. Poco después salió un señor con sombrero y bigote y junto a él un muchacho de unos veintiantos. Ambos se presentaron como John padre y John hijo. A su vez nos presentamos cada una con un apretón de mano y les contamos que estábamos perdidas desde el día anterior. El señor John nos invitó a pasar y su hijo muy amablemente nos preparó un delicioso desayuno. Le pedimos si podía marcar a Raydith pero saltaba la contestadora. Marcó a la policía y nada. Desayunamos disfrutando de una amena charla sobre John, sus sueños y valores y me sentí muy afortunada por ser parte de aquel momento. Cómo no había éxitos a la hora de mandar señales de vida, el señor John le pidió a su hijo que nos acompañará hacia dónde debíamos de salir directo a Leymebamba. Nos prestó un caballo (al cual monté en primer instancia) mientras Nadia seguía la caminata detrás.

Nadia from Lima y yo en la mañana siguiente. Claramente con ganas de saber como va a terminar nuestra aventura ...

Jhon padre y Jhon hijo

Hubo un momento en el que se escucharon gritos entre los cerros pero honestamente no sé entendía nada. Enseguida apareció el señor John a trote rápido y nos dijo que nos estaban buscando y que nos esperaban en el cerro de enfrente. Más adelante cambiamos con Nadia de lugar y yo continué la caminata. Poco después, un grupo de hombres (los ronderos) aguardaban por nosotras. Agradecimos nuevamente a John hijo y seguimos la caminata junto con los ronderos y más adelante se unieron algunos policías. Habremos tenido otra hora más de caminata (o puede que dos). Los ronderos nos contaron que nos buscaron en todo momento y que se separaron en diferentes grupos. Les conté que llegamos hasta La Congona y ellos insistieron en todo momento que nunca llegamos y finalmente salimos al sendero de las últimas ruinas que visitamos: ellos tenían razón, nunca llegamos a La Congona, porque de hecho, las últimas ruinas que visitamos eran las de Cataneo y la razón por la que nos perdimos fue que descendimos hacía el pueblo por las ruinas equivocadas.

 

Más adelante nos presentan al jefe de la policía y de cuando en cuando nos toman fotos como si fuéramos estrellas de cine. La caminata hasta el patrullero se prolonga cada vez más hasta que finalmente llegamos. De allí viajamos directo al pueblo dónde nos esperaba Raydith junto a Marysabel y el resto de los ronderos. Estoy está sentada junto a un hombre (no recuerdo su nombre) quién pide a los ronderos relatar los hechos de cómo nos encontraron y demás. Nos preguntan si estamos bien y nos llaman la atención por no haber salido con guía y demás. Nos disculpamos y aunque eso no parezca mucho, tampoco es que fue a propósito. En fin, todos los allí presentes firmamos el acta (el jefe de policía hace énfasis en la participación policial para que conste en el acta) y de allí vamos hacia la comisaría a que nos tomen los datos y un par de fotos más. Nos indican también ir al hospital (algo que hago al día siguiente) y de allí nos despedimos con mí compañera de aventuras para tomarnos la tan ansiada ducha.

Marisabel (amiga de Ray) Nadia y yo junto al equipo de búsqueda: los ronderos y la policia. Ph cortesía de Raydith Ramírez.

Sin lugar a dudas, una aventura con todas las de la letra. Para la próxima ocasión, ya sé que necesito un encendedor al alcance de la mano ... Jajaja.

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